viernes, 18 de mayo de 2012

HISTORIA DE MI ACCIDENTE


-PARTE DE MI VIDA EN 2436 PALABRAS-
Publicado en Periódico Católico Encuentro, Córdoba-Argentina. Año 2011

Columna Nº 1

Esa gracia de respirar

 
En aquella tarde del 27 de diciembre de1991 mi vida cambió por completo. Estaba en Bariloche disfrutando de mi viaje de egresado de 5º año cuando, en una excursión, tuve un accidente que me dejó cuadriplégico, con respiración asistida y otras graves complicaciones de salud.
Con muchas dificultades pudieron traerme a Córdoba, al Hospital Italiano, donde estuve internado tres meses y medio en terapia intensiva y otros cuatro meses y medio en sala común. Siempre estaré agradecido al personal médico que me atendió.
Desde el instante del accidente Dios estuvo conmigo, con mi familia y mis amigos dándonos fuerzas para luchar y la gracia de comenzar a recuperarme lentamente.
Los primeros tres meses fueron muy difíciles; tuvieron que hacerme una cirugía en la columna cervical para evitar problemas en un futuro. Al cuarto mes, estando ya en mi habitación, comenzó el gran milagro. Al principio podía respirar por mis medios sólo 3 minutos porque me fatigaba a pesar de que tenía una traqueotomía. Luego, con mucho esfuerzo propio y de los fisioterapeutas, pasé a respirar 5 minutos, luego 10, luego 15, hasta llegar a estar todo el día sin respirador. Este proceso duró aproximadamente 45 días. 
El 31 de julio de 1992, día de San Ignacio de Loyola, dejé por completo el uso del respirador: ¡milagro completo!
Interiormente sentía que podía vivir en una silla de ruedas, pero no podía imaginarme dependiendo toda mi vida de un respirador. Dios escuchó mis oraciones y me regaló nuevamente poder respirar.
El 31 de agosto de 1992 regresé a casa después de ocho meses muy complicados para todos. Fue entonces que me encontré con una gran pregunta: ¿Y ahora qué hago?
La respuesta se las cuento en mi próxima columna. 

Columna N° 2

Volver a casa

En mi primera columna, en la anterior edición de Encuentro, contaba que al avanzar mi recuperación y dejar el hospital después de varios meses muy duros, me había surgido un cuestionamiento: “¿Ahora que hago?”. Me habían dado el alta y debía volver a casa, y estaba contento; pero me enfrentaba con una nueva realidad: estaba en silla de ruedas y no era el mismo que ocho meses antes había salido de esa casa rumbo a Bariloche donde me accidenté y perdí la movilidad. Volver a casa era un gran desafío que Dios me había puesto delante.

Todavía recuerdo claramente aquel 31 de agosto de 1992 en el que regresé a casa después de ocho meses de internación en el hospital Italiano. Estábamos todos contentos y ansiosos. Había llegado el “gran día”, pero no fue fácil. Dentro de mí había alegría, pero también temores y mucha incertidumbre. Me había acostumbrado a ver médicos y enfermeros en cualquier momento y al ir a casa sabía que todo sería diferente.
El recibimiento de mi familia fue muy lindo y emotivo, cartel de “Bienvenido a casa” y un pequeño copetín compartido con mi médico de cabecera, los fisioterapeutas que estuvieron a mi lado en los momentos alegres y tristes y todos mis seres queridos. Gracias a Dios, estaba de regreso. Pero afloraron los miedos. El principal miedo a vencer era el de tener alguna complicación respiratoria. Médicamente no había motivo alguno para que pasara algo, pero haber dependido de un respirador durante siete meses me jugaba en contra. Sin embargo, confié plenamente en Dios. El me puso esta prueba y siempre supe que me ayudaría a superarla. Pero me faltaba fe.
Fue un sacerdote amigo, que me visitaba a menudo, quien me ayudó a no vivir de las preguntas sin respuestas: “¿Cuándo me recuperaré del todo? ¿Volveré a caminar? ¿moveré nuevamente los brazos?”.
Con cariño y paciencia, el sacerdote me enseñó que pensar en eso no me ayudaba en nada; que sólo Dios sabe lo que pasará mañana. Me enseñó a valorar lo que seguía teniendo: respirar, ver, oír, sonreír, amar, disfrutar de tantas cosas que Dios nos ha regalado y que muchas veces olvidamos. Que lo más importante es “nuestro interior”; que no sirve de nada poder caminar o correr o todo, si se tiene el corazón vacío, sin fe o sin esperanza.
A los 16 días de estar en casa nuevamente, llegó un momento especial para mí. Cumplía mis 19 años y no fue un cumpleaños más. En la próxima edición de Encuentro lo sigo contando.
Columna N° 3

Un cumpleaños especial

El mes pasado, en mi segunda columna, les contaba cómo enfrentaba mis primeros temores de volver a casa después de 8 meses internado en el hospital, el retorno había sido el 31 de agosto de 1992.
A los 16 días de estar en casa, llegaba un momento especial para mí. Cumplía mis 19 años y no fue un cumpleaños más. Este sacerdote amigo que me ayudó muchísimo con consejos que hoy recuerdo y aplico diariamente, se ofreció a celebrar una misa en casa ya que era complicado para mí poder salir. En lo personal no estaba preparado físicamente, esa recuperación llevaría un par de meses.
Esta celebración litúrgica tenía varios fundamentos importantes, el agradecimiento a Dios por tantas bendiciones otorgadas en mi familia y en mí, la fuerza espiritual que el Señor y la Virgen insertaron en el corazón de todos para seguir adelante a pesar de las adversidades y la esperanza de saber que siempre estuvieron con nosotros.
Recuerdo con mucha alegría aquella tarde, fue todo muy sencillo y emotivo, el living de casa lleno de amigos y familiares compartiendo ese momento especial conmigo, celebrando un año más de vida y el milagro de vivir. Recordando aquella tarde del 27 de diciembre de 1991 cuando me accidente y me debatía entre la vida y la muerte, volvía a nacer, Dios me daba la posibilidad de continuar mi vida, dependía de mí querer  seguir adelante.
En septiembre se cumplen 19 años de aquella tarde inolvidable, donde sigo valorando y agradeciendo a Dios el regalo del Amor y la Amistad.
En la próxima columna les voy a contar sobre el desafío que fue para mi salir de casa en silla de ruedas, los miedos que tenía de enfrentar la vida cotidiana desde mi discapacidad.
Columna N° 4

MI PRIMER SALIDA - SALIR DE CASA - AFRONTAR MI REALIDAD
El mes pasado les contaba sobre lo especial que había sido pasar mi cumpleaños en casa después de haber estado varios meses en el hospital.  Gracias a Dios pasaba el tiempo y las ganas de seguir adelante se incrementaban.
Los meses de octubre y noviembre de ese mismo año, 1992, fueron muy importantes en cuanto a mi rehabilitación. Día a día iba mejorando mi capacidad respiratoria y mi resistencia física, pudiendo estar en mi silla de ruedas mayor cantidad de horas. Al principio toleraba sentado dos horas y de a poco mi cuerpo fue soportando mayor exigencia.
El sentirme mejor física y espiritualmente me ayudó a enfrentar el “miedo a salir de casa”. El no saber cómo reaccionaría la gente al verme en silla de ruedas me generaba temor e incertidumbre. Había pasado casi un año del accidente y estaba preparado para afrontar mi vida con mi discapacidad.
El primer día que salí de casa no fue un día cualquiera, Dios puso en mi calendario una fecha especial. El 8 de diciembre, día de la Virgen, fui a misa de 11hs. acompañado de mi familia. Recuerdo que fue un día soleado y muy agradable, entrar a la Iglesia y compartir esa celebración con mis seres queridos será otro gran recuerdo en mi vida.
Luego vendrían otras salidas sin temores, Navidad, Año Nuevo, etc. crecía en confianza y se ampliaba mi horizonte sobre actividades a realizar. Entonces comenzaba a gestarse en mi interior la idea de comenzar la universidad el año siguiente o el otro. Antes del accidente me había preinscripto en la carrera Diseño Industrial, y mis deseos de estudiarla se hacían presentes nuevamente. Era un gran desafío, ya que el 80% de las materias eran prácticas, había que dibujar mucho y yo me encontraba con el impedimento físico de no poder usar mis brazos.
El próximo mes les contaré cómo me ayudaron con consejos fundamentales para cumplir mi deseo de estudiar en la universidad.
Columna N° 5

Mi entusiasmo por estudiar
El mes pasado les contaba que mi mejoría física y espiritual a finales de 1992 me permitió afrontar la vida en mi silla de ruedas, vencer temores y volver a pensar que podía cumplir mis objetivos fijados antes del accidente, como el de cursar una carrera universitaria.
El desafío mayor y principal era estudiar Diseño Industrial en la Universidad Nacional de Córdoba. Para ello tuve que asesorarme muy bien. Gracias a Dios conocí a un ingeniero que había quedado tetrapléjico varios años antes que yo, él también hizo su carrera universitaria a pesar de las limitaciones físicas. Sus consejos fueron muy importantes para mí al igual que su ejemplo de lucha, allí pude imaginar que con esfuerzo, ayuda y perseverancia mi meta era posible.
En marzo de 1993 mi hermana se llegó a la universidad y comentó mi deseo de estudiar con alumnos y docentes de la carrera para saber si tendría algún obstáculo por mi dificultad motriz,  gracias a Dios todos le manifestaron su apoyo excepto por un docente que pensaba que sería traumático para mi estudiar con personas sanas físicamente. No voy a negar que este comentario me molestó,  pero al mismo tiempo me dio fuerzas para demostrar que con los elementos necesarios podía ser uno más en la facultad.
Lo primero que me recomendaron fue estudiar computación, ya que esa iba a ser mi herramienta de trabajo y la manera de realizar mis trabajos. Esto era fundamental ya que casi todas las materias eran prácticas, había que dibujar mucho y la computadora era imprescindible.
Con mucho esfuerzo y con la ayuda de personas que siempre apoyaron a mi familia, me compraron la computadora, luego conocería a mi profesor, quien me enseño a manejar un programa específico de dibujo. Esto transcurrió entre mayo y noviembre de 1993.
En diciembre de ese año me volví a preinscribir en la facultad, estaba listo para comenzar a transitar otra etapa importante de vida con el apoyo fundamental de mi familia. El próximo mes les contaré mi experiencia en la universidad.
Columna N°6


La Universidad, un logro personal y colectivo
El mes pasado les conté como fue mi preparación para comenzar la universidad, un objetivo personal que gracias a Dios, a mi familia y amigos se hizo posible.
Antes de empezar las clases mi padre presentó una nota, en la cual pedía al Director de la carrera que mis clases fueran en la planta baja ya que el edificio no tenía ascensores. En ese aspecto tanto las autoridades como los docentes fueron sumamente flexibles y atentos.
El cursillo preparatorio comenzó en marzo de 1994. Para ir a la facultad necesitaba de la ayuda de toda la familia, mi madre y hermanos me vestían, me pasaban a mi silla de ruedas y de allí al asiento del auto. Al llegar a la facultad me ubicaban nuevamente en mi silla y a estudiar!!. Mi padre me acompaño a clases todo el primer año, tomaba apuntes y me ayudaba en las materias teóricas mediante síntesis, era como un alumno más, yo me dedicaba exclusivamente a dibujar, a estudiar esas síntesis y hacer mi rehabilitación diaria. Sin el esfuerzo y apoyo de ellos me hubiera sido imposible. 
El primer año fue el más difícil en todo aspecto, gracias a Dios a partir del segundo año contábamos con un vehículo utilitario que facilitaba mi traslado, solo un familiar me llevaba y buscaba. Por otro lado había ganado en confianza y amigos, ya que me animaba a quedarme solo con mis compañeros y profesores. Gracias a Dios tuve compañeros excelentes y grandes amigos que compartíamos las clases y me ayudaban en todo. También debo reconocer el trato que tuvieron conmigo los docentes, para ellos era un alumno mas y eso me reconfortaba.
El tiempo fue pasando y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba haciendo mi trabajo final. En diciembre de 2000 y con la ayuda de varios compañeros, docentes y familia, me recibía de Diseñador Industrial. Sin duda alguna fue un logro personal muy grande, pero también una gran satisfacción para todas aquellas personas que me brindaron su apoyo durante esos años.
Mi próxima columna será dedicada a esas personas que compartieron conmigo algún momento significativo de mi vida.
 Columna N° 7
Agradecimientos
En esta columna quería agradecer de forma particular a todas las personas que estuvieron a lo largo de mi vida y tengo el temor de olvidarme de alguien y sería injusto. Hubo muchas personas que apoyaron mi familia y a mi desde LA ORACIÓN principalmente; también colaborando con dinero para afrontar los gastos de mi internación por el accidente, se hicieron rífas, colectas y donaciones. Soy un agradecido a Dios por haber conocido tanta gente buena que sin su ayuda hubiera sido complicado afrontar esta situación delicada.
Mis padres y hermanos fueron y son pilares fundamentales de mi educación, formación católica y testimonios de Fe. Dios, La Virgen y ellos fueron un sostén permanente en mi vida, principalmente durante la larga internación en el hospital. El resto de mi familia: cuñados ,sobrinos, tíos, primos y también amigos, fueron y son muy importantes en mi vida. Estoy orgulloso de tenerlos. 
La parroquia Sagrada familia es parte de mi vida, allí fue mi bautismo, primera comunión y confirmación. Entre los 13 y 18 años fui afirmando valores muy importantes que me ayudaron y ayudan día a día a vivir con alegría y esperanza. También participé muchos años del grupo juvenil de la Acción Católica y de la catequesis, quienes me acompañaron en esos momentos de prueba y en la actualidad.
Con el accidente, el hospital Italiano fue un lugar donde conocí un cuerpo médico, fisioterapeutas y enfermeros excelentes que me apoyaron en todo momento junto con la amistad que me brindaron. Fuera del hospital me pasó lo mismo, Dios puso en mi camino grandes profesionales de la salud que ayudaron a mi recuperación.
No puedo olvidarme de los amigos del colegio y de la universidad, que tienen también su lugar especial dentro de mí vida.
Estoy muy agradecido a este periódico que me invitó a contar mi experiencia de vida. También agradezco los comentarios que recibí sobre mis escritos. Para mi fue una hermosa experiencia, sé que la vida nos pone a todos diferentes pruebas para descubrir que sin la ayuda de Dios no somos nada.

José Luis Gragera Garriga